Proteger nuestra casa común
Proteger nuestra casa común
«Laudato SI’», es la
primera encíclica elaborada completamente por el Papa Francisco. Con tal
nombre, rinde homenaje al Cántico de las Criaturas, de san Francisco de Asís,
conocido como «Laudato SI’, mi’ Signore» (Alabado seas, mi Señor), en el cual,
el “hermano de todas las criaturas de la naturaleza” nos recuerda que “nuestra
casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia,
y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”.
En efecto, el pasado jueves
18 de junio, el Sumo Pontífice presentó a la prensa su tan esperada encíclica
sobre el cambio climático, donde se refiere al calentamiento global como una amenaza
para la humanidad que pone en peligro los avances en el combate a la pobreza y
en la disminución de las desigualdades globales. Hace responsables del fenómeno
a las actividades humanas y señala particularmente que, “la tecnología basada en combustibles fósiles muy
contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida,
el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora”.
Es ése precisamente uno de
los puntos sensibles que toca la encíclica, toda vez que a pesar de las
irrefutables pruebas aportadas por los científicos, todavía numerosos sectores
—gobiernos y empresas que defienden intereses políticos y económicos— niegan la
responsabilidad humana ante el fenómeno. En ese orden de ideas, el primer
capítulo del texto, llamado “Lo que le está pasando a nuestra casa”, es un duro
alegato sobre la interconexión entre la contaminación y el cambio climático, la
mala gestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, la gran desigualdad
entre regiones ricas y pobres y la debilidad de las reacciones políticas ante
la catástrofe ecológica. En este punto, si bien el Papa imputa gran parte del
problema a la avidez de las grandes compañías, también pone en evidencia “la
debilidad de la reacción política internacional”, y es especialmente duro con
los políticos que “enmascaran” los problemas ambientales o subestiman las
advertencias de los ecologistas.
A lo largo de las casi
doscientas páginas de esta encíclica dirigida a creyentes y no creyentes —rasgo
totalmente novedoso en estos documentos cuyos destinatarios suelen ser los
católicos—, el Papa Francisco plantea con claridad desafiante sus convicciones
más profundas sobre el tema de la degradación ambiental, las cuales cuentan con
el aval de reconocidos científicos que trabajaron largo tiempo asesorando al
Pontífice. Algunas de ellas nos resultan particularmente importantes por la
trascendencia de sus impactos geopolíticos, económicos y sociales.
En primer lugar, su
certeza de que en el mundo todo está conectado, lo que “obliga a pensar en un
solo mundo, en un proyecto común”; interdependencia
que significa que para afrontar los problemas de fondo, las soluciones deben
proponerse desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses
de algunos países. En consecuencia surge, por una parte, una fuerte asignación
de responsabilidades al liderazgo político y económico mundial, y por la otra, la
imperiosa necesidad de un diálogo abierto y sincero que conduzca a acuerdos
viables entre la política internacional y los poderes nacionales y locales,
entre la política y la economía, y entre las religiones y la ciencia.
Otro de los aspectos
polémicos por los cuales el Papa toma partido se refiere a quiénes deben
afrontar los costos de la transición energética y allí no deja margen para la
duda: los países más avanzados y ricos han sido y son los mayores contaminantes
y deben responsabilizarse por ello. Francisco escribe: "La pobreza se
concentra en zonas particularmente afectadas por el fenómeno del calentamiento
global", poniendo de manifiesto su convicción sobre la íntima relación
existente entre los pobres y la fragilidad
del planeta y su temor de que los impactos más severos del cambio climático
probablemente recaigan sobre ellos.
A escasos días de su
publicación, las repercusiones de este importante documento demuestran el
prestigio y la autoridad crecientes del Papa Francisco, quien no por
casualidad, pocos meses antes de la tan esperada Cumbre de París, a celebrarse en
diciembre próximo, ha realizado su intervención ecologista para exigir
responsabilidades a los políticos y empujar el debate en la dirección adecuada,
en un foro donde las posibilidades de lograr un acuerdo global sobre la
reducción de emisiones a fin de limitar el aumento de la temperatura global a
dos grados Celsius para el final de siglo, no lucen muy elevadas.
Tampoco es
casualidad que Jorge Bergoglio escogiera como inspiración de su papado el
nombre de Francisco, el santo de los pobres —principales víctimas de las
catástrofes originadas por el cambio climático—, quien vivía en permanente
armonía con todas las criaturas de la naturaleza. Al parecer la forma de vida
que permitirá “proteger nuestra casa común”.
Fernando Travieso
Magaly
Irady
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