Silicon Valley: ¿para cambiar el mundo?

Silicon Valley, una combinación única de universidades, empresas, emprendedores e inversores de riesgo, en el Área metropolitana de San Francisco, California, es la capital mundial del emprendimiento. El Silicon Valley histórico, donde nacieron Hewlett-Packard, Fairchild Semiconductor, Intel, Atari, Netscape y Google, es el hogar de las innovaciones que han dado forma al mundo moderno. 

Sin embargo, “el pensar en grande”, uno de sus signos distintivos, que produjo innovaciones tales como los circuitos integrados, las computadoras personales y la internet, parece estar dando paso a un sinnúmero de aplicaciones que muchos consideran triviales. Y es que hoy día, algunas de sus creaciones más conocidas están asociadas a oportunidades fáciles en las aplicaciones móviles y las redes sociales, lo que lleva a preguntarse si no se estarán desperdiciando el talento y los capitales allí congregados, cuyos frutos serían mayores si se dedicaran a temas vinculados con las necesidades reales de la gente como la medicina, el transporte o la energía.

La pregunta, que no deja de ser interesante, genera diversas reacciones entre muchos de los inversores y tecnólogos que hacen vida en el valle pero, en esencia, todas las respuestas apuntan a la idea de que el enfoque tradicional que los ha sustentado por más de 60 años, ha sido el de valorar qué tecnologías pueden avanzar rápida y ambiciosamente, y después dejar que el mundo haga lo que quiera con ellas. Es decir, más allá de plantearse abordar directamente los grandes problemas, han priorizado la innovación y las oportunidades que con ellas puedan abrirse.

Tal vez el planteamiento que mejor permita comprender el punto sea el de Floyd Kvamme, quien empezó su carrera en Fairchild Semiconductor y es hoy día un destacado inversor en la zona. Para él, quien conversó hace pocas semanas con Michael Malone, para la revista MIT Technology Review, la pregunta sobre si Silicon Valley debería dedicarse a resolver los grandes problemas está mal planteada, toda vez que indirectamente los está resolviendo; se refiere al control sobre la energía que se logró con el uso del silicio, el cual se ha vuelto prácticamente ubicuo pues se utiliza, no sólo para procesadores o memoria, sino también para sensores, en especial porque ahora la potencia, la integración y la gestión son móviles. Kvamme afirma: "Creo que la gente no sabe valorar el milagro que ha tenido lugar a lo largo de la última década. En 2005, el Consejo de Asesores (del Presidente de Estados Unidos sobre Ciencia y Tecnología, al cual perteneció) produjo un informe sobre energía que fijaba el consumo de energía de EEUU en 100 trillones de BTU anuales. Preveíamos que para 2030 la demanda aumentaría hasta los 150 trillones. En cambio, en 2013 el país sólo consumió 98 trillones. ¿Cómo se logró? Mejorando el control sobre la energía, y para eso la oportunidad más fácil era mejorar la eficiencia al nivel del silicio y la aplicación, los puntos fuertes de Silicon Valley. Casi sin que el mundo se diera cuenta, empezaron a aparecer procesadores eficientes por todas partes".

Ello parece respaldar la idea, sustentada por quienes defienden lo que se hace en Silicon Valley, de que incluso las pequeñas innovaciones, en el contexto adecuado, pueden tener un impacto enorme y las probabilidades de que tengan éxito son inmensas, tal como muy posiblemente ocurra con los carros autónomos y los drones, cuyo potencial para cambiar la naturaleza de las ciudades y mejorar significativamente la calidad de vida es tan amplio como lo fueron los computadores personales y los teléfonos inteligentes.

Aun así, parece cierto que los tecnólogos del valle están obsesionados con las oportunidades rápidas en el campo de las aplicaciones y el software, aunque a Reid Hoffman, cofundador de LinkedIn y hoy día gran gurú de las inversiones de capital de riesgo, “…le parece apropiado porque el software afecta a todos los niveles de los productos y las organizaciones, lo que significa que ofrece oportunidades para tener un impacto tremendo”.

De todas formas, Hoffman está consciente de que siempre habrá grandes campos de la tecnología y grandes problemas por resolver para los que Silicon Valley no tenga competencia, ya que no todos los retos encajan con las expectativas de los inversores de capital de riesgo acerca de que las empresas tienen que empezar rápido, con pocos gastos de capital y con el potencial para escalar notablemente. Por ello cree que importantes empresas dedicadas, por ejemplo, a la salud o a la genética, localizadas hoy en día en torno a Boston —donde se encuentran MIT y Harvard, las dos mejores universidades del mundo—, se mantendrán allí a menos que pudiesen desarrollar un fuerte componente emprendedor, en cuyo caso, probablemente se trasladen al valle.

Tal vez más allá de alimentar el mito de que Silicon Valley puede cambiar el mundo, lo relevante sea la necesidad de disponer de muchos lugares, en muchas partes, donde ensayar soluciones para mejorar la vida de las personas.

Fernando Travieso

Magaly Irady

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