¿Qué impulsa la transición energética?
Estimulada
por muy variadas razones, la transición mundial desde los combustibles fósiles
hacia fuentes de energías renovables avanza. Al tiempo que los recursos de
combustibles fósiles se agotan, que la contaminación del aire empeora, y que
las preocupaciones sobre la inestabilidad del clima ensombrecen el futuro del
carbón, petróleo y gas natural, una nueva economía energética mundial está
emergiendo. La vieja economía fundada en gran medida en el carbón y el
petróleo, está siendo reemplazada por otra basada en las energías del sol y del
viento.
Además
de las ya mencionadas causas, asociadas a los límites que impone cada vez con
mayor fuerza el cambio climático, una combinación de factores políticos, económicos
y sociales está acelerando esa transición. Entre ellos destaca la necesidad
geopolítica de los países e incluso de sus ámbitos regionales, de ejercer
controles directos sobre la producción de energía a fin de alcanzar la
seguridad energética, favorecida ampliamente por dos características clave de
las fuentes renovables más utilizadas: tanto la energía del sol como la del
viento están ampliamente distribuidas y son inagotables, lo que garantiza que
países y regiones dispongan, en general, de una abundante dotación de estos
recursos. Cosa muy diferente de la que ocurre con los combustibles fósiles,
cuya producción la monopolizan pocos países, con las conocidas consecuencias
que ello genera, en particular el control de los volúmenes de producción y de
los precios.
Afortunadamente
para la paz mundial ―el petróleo ha sido causa de numerosos conflictos
en muchas partes del mundo― y para la incorporación al crecimiento económico de
nuevos territorios, la transición energética está progresando en numerosos lugares
más rápidamente de lo que se pensaba de la mano de la progresiva disminución de
los precios de las energías renovables ―en el caso de la energía solar se habla incluso que
de forma exponencial―, apoyada por el acelerado desarrollo
científico y tecnológico de los países más
avanzados.
Ello, mientras el costo de la energía fósil depende de las inestables materias
primas, cuya tendencia en el tiempo debería ser el incremento vinculado a la
escasez.
Por
otra parte, la condición de renovables, asociada intrínsecamente a la
producción de las energías limpias, involucra cada vez más una consideración
ética de significativa relevancia, toda vez que su explotación presente no
reduce la cantidad disponible para uso de las próximas generaciones ni produce
daño alguno en los ecosistemas. En ese sentido, en muchas partes comienzan a
hacerse sentir movilizaciones ciudadanas que buscan alzar su voz frente al inmenso poder de la industria de los combustibles fósiles,
remarcando su responsabilidad en la crisis climática y presionando para que
gobiernos, instituciones y personas retiren sus fondos de ellas. Por ejemplo, la
interesante campaña global de desinversión en combustibles fósiles, denominada “Mantenerlos
bajo tierra” (Keep it in the ground),
impulsada por una organización llamada 350.org, se ha extendido en apenas
cuatro años a 188 países e involucra decenas de miles de personas y
organizaciones.
“Mantenerlos
bajo Tierra” es una iniciativa tan exitosa que universidades de la categoría de
Stamford y Oxford se le sumaron, señalando que no tiene sentido educar a los
jóvenes mientras destruyen el mundo que habitan. Pero incluso, el Fondo de los
Hermanos Rockefeller, asociado originalmente del petróleo, anunció en
septiembre de 2014 que liquidaba su portafolio de acciones en combustibles
fósiles, mientras que el Deutsche Bank, el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional van por el mismo camino.
En
fin, poderosas y numerables razones que imponen cada vez con más fuerza el
cambio a energías limpias y renovables como base de una nueva economía
energética global, inagotable, descentralizada y limpia.
Fernando
Travieso
Magaly
Irady
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