El legado climático de Obama
Con la misma
contundencia con la que defendió durante su primer período la necesidad de una
reforma sanitaria, el presidente Barack Obama, pese a la oposición de los
republicanos, convirtió el cambio climático en prioridad de su segundo lapso,
aunque lo tuvo presente en todo su mandato. En efecto, buena parte de sus
acciones en estos años se ha dirigido a producir una notable, aunque todavía
insuficiente, transformación en las formas como el país obtiene su energía, con
el objeto de reducir de manera sustancial la generación de gases contaminantes
que están calentando al planeta.
Una de sus más
trascendentes decisiones, catalogada como un hecho histórico, fue limitar las
emisiones contaminantes de las plantas energéticas del país e impulsar con
mayor énfasis la inversión en energías renovables. Esa iniciativa contra el
cambio climático, denominada “Plan de la Energía Limpia”, se presentó en agosto
2015 y en ella se plantea el ambicioso compromiso de reducir en un 32% las
emisiones de gases de efecto invernadero para el 2030, teniendo como referencia
los niveles de 2005; todo ello con una inversión de cerca de 9 mil millones de
dólares en el período de 15 años. En ese momento, Obama dijo: “Somos la primera generación que siente las
consecuencias del cambio climático y la última que tiene la oportunidad de
hacer algo para detenerlo”, al tiempo que expresó su convicción de que
la magnitud del problema es tal que constituye la mayor amenaza para nuestro
futuro, por lo que, si no se toman las medidas adecuadas y a tiempo, “…existe
la posibilidad de llegar tarde”.
El plan contempla
recortes de emisiones para cada uno de los estados de la Unión, lo que concitó
la oposición frontal del Congreso, de mayoría republicana desde 2014, especialmente
en nombre de los estados cuyas economías dependen notablemente del carbón. Ante
ello, Obama siguió el camino de las regulaciones ejecutivas, mientras evadía a
los legisladores enfocándose en el logro de acuerdos globales para la reducción
del CO2 y otros gases de efecto invernadero.
En
noviembre pasado, apenas tres meses más tarde de haber presentado el plan, el
mandatario rechazó la construcción del megaoleoducto
Keystone XL, el cual transportaría petróleo desde la región canadiense de
Alberta hasta el Golfo de México. Su construcción, propuesta por primera vez en
2008, uniría cadenas de oleoductos ya existentes entre ambos países mediante un
tramo de 1.900 Km, y estaba pensado para transportar unos 830 mil barriles
diarios de petróleo crudo sintético y bituminoso diluido. Entre los argumentos
utilizados para denegar la obra, Obama aseguró que el proyecto, “habría
socavado el liderazgo” mundial de Estados Unidos en un momento donde se
imponían medidas para prevenir los efectos del cambio climático.
Las críticas a
las políticas climáticas y energéticas de Obama no escasean, particularmente
las provenientes del ala derecha del partido republicano ―aún duda sobre el
origen antropogénico del cambio climático―, de las grandes empresas petroleras y
de agrupaciones de trabajadores desplazados de la extracción de petróleo y
carbón. Todos, incluidos legisladores y gobernadores republicanos, se oponen a
las regulaciones y se niegan a adoptar lo que consideran imposiciones, para lo
cual han recurrido al poder judicial, iniciando una intensa ofensiva en los
tribunales.
La mayor parte de las regulaciones y políticas adoptadas por Obama
deberán ser aplicadas por su sucesor, lo cual estará garantizado si Hillary
Clinton gana las próximas elecciones. De no ser así, los temores de que ocurra
una interrupción que dé al traste con los innegables avances podrían
convertirse en realidad, toda vez que Donald Trump ha afirmado en innumerables
ocasiones creer que el origen antropogénico del cambio climático es un “invento
de Obama, o “de los chinos”, “una falsa alarma” o simplemente una “excusa para
tasar impuestos”.
Un nuevo desafío en la lucha contra el cambio climático que habrá que
vencer.
Fernando Travieso
Magaly Irady
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