Granjas que funcionan como bosques
La agricultura es
la actividad humana que mayor responsabilidad tiene en la destrucción de la
biodiversidad y en el aceleramiento del cambio climático. Pero los árboles son
un logro extraordinario de la naturaleza; además de su belleza, son
acondicionadores de aire naturales, absorben eficientemente el CO2 y, cuando se
juntan para formar un bosque, adquieren la capacidad de vivir casi indefinidamente,
porque el ecosistema que forman ―insectos, suelo, troncos muertos o vivos,
raíces, arbustos, enredaderas y árboles― es capaz de sostener una estrecha
relación de largo plazo.
Numerosos
investigadores llevan ya algún tiempo estudiando la posibilidad de integrar los
principios del ecosistema de los bosques al de las granjas agrícolas para crear
sistemas productores de alimentos de largo plazo. La premisa es simple:
cultivar alimentos y medicinas en los bosques existentes o nuevos, sin dañar la
salud de los árboles, para obtener un sistema agrícola productivo y sostenible
que sea tan diverso, resiliente y estable como los ecosistemas naturales. Una
idea que ha existido desde hace milenios y que bajo diferentes nombres, aún
puede observarse en los trópicos: huertos familiares en México, jardines forestales
mayas, jardines residenciales en Kerala (en el sur de la India) y en Nepal, Sri
Lanka, Tanzania, Zambia y Zimbabue.
Sin embargo, la
industrialización agrícola del siglo XX, abriéndose espacio mediante la
deforestación, introdujo los monocultivos, en líneas rectas paralelas y separadas
entre sí para facilitar la mecanización y el suministro de enormes cantidades
de químicos fertilizantes y pesticidas. Desde ese momento pasamos a transformar
los ecosistemas en vez de trabajar con ellos y a producir el deterioro
creciente de los suelos, un recurso tan no renovable como el petróleo, pero a
diferencia de éste, fundamental para la supervivencia humana por no tener
sustituto.
Por suerte, la
agricultura forestal está ahora de regreso. Desde mediados de los 70’s del
siglo pasado, el agricultor y naturalista Robert Hart, inspirado en el ejemplo
de Kerala, diseñó un modelo de huerto jardín para producir alimentos y
conservar la biodiversidad con poco mantenimiento, el cual aplicó en su pequeña
granja en Shropshire, Inglaterra, donde logró desarrollar una asombrosa
cantidad de productos comestibles entre los que se contaban manzanas, peras,
uvas, kiwis, grosellas negras y otras frutas, así como hierbas y vegetales diversos.
Hart planteaba que si bien es cierto “…que pocos de nosotros estamos en
capacidad de modificar bosques, decenas de millones tenemos jardines o acceso a
espacios abiertos donde se pueden plantar árboles (…) incluso en zonas densamente
urbanizadas".
La práctica de
crear estos sistemas que imitan los ecosistemas naturales se conoce hoy en día
como permacultura, término acuñado por primera vez en 1978 por los
australianos Bill Mollison y David Holmgren, el cual deriva de una
contracción gramatical (en inglés) que hace referencia a la idea de agricultura
permanente. Según Mollison, “Permacultura es la filosofía de trabajar con, y no en contra de la naturaleza;
de observación prolongada y reflexiva, en lugar de labores prolongadas e
inconscientes; de entender a las plantas y los animales en todas sus funciones,
en lugar de tratar a las áreas como sistemas monoproductivos”.
Sin duda, las
granjas que funcionan como bosques constituyen un cambio de paradigma que puede
servir de extraordinaria ayuda en la lucha contra el cambio climático, en
particular cuando se piensa que entre sus beneficios es posible esperar, entre
otros, notables disminuciones en la erosión de los suelos, en el uso de
químicos tóxicos, y muy especialmente en las emisiones de gases de efecto
invernadero. Un aporte digno de ser considerado y ensayado.
Fernando Travieso
Magaly Irady
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